Un lugar en el camino

Siempre supe que hay historias detrás de las historias pero la de ella, condenadamente suya es tan viva como el nombre que la sostiene.

Se conocieron en un mundo 

donde se guarda la lengua 

y se muerden los ojos 

y se escuchan ecos y se miran 

y despiertan otros ecos 

como huracanes fugaces 

que después se van.

En el intento de acomodar el montoncito de recuerdos 

estaba su voz, 

una voz que según ella 

le destruyó el cuerpo cubierto de ausencia y de espera 

y la armó de coraje 

como se arma un equilibrista 

que tiembla 

como si la vida dependiese en serio 

de una cuerda. 

La voz de él en el teléfono 

fue un hilo perfecto 

como si no hubiese nadie más 

ella tuvo que pararse frente al paisaje 

tomar aire 

para que no se le cayeran las piernas y respirar

en ese momento deseó tanto ser ella misma

que tuvo que tocarse la cara y los brazos

mientras unos atardeceres anaranjados 

aterrizaban en sus oídos 

y se mezclaban con el sudor de sus manos para contestar.

Cuando los labios se ponían en alerta roja

volvían a sus casas 

o se paraban un día cualquiera 

en medio del camino de una esquina 

y se tendían un mantel de flores con los ojos 

y se comían 

y las nubes se dibujaban solas en el aire  y volaban a ciegas

con esas ganas locas 

de verse con lo puesto 

y con lo que no.

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