Hace días que vengo más seguido al patio

abro la manguera
riego todas las plantas, las partes secas,
hago barro
inundo el patio y me entierro los pies
no sé cómo llamar esto sin decir: inundar
el agua de la manguera es el único agua que no me da miedo
será porque puedo controlarla con mis manos.
Un pájaro viene,
se acerca entre yuyos que se alzan en busca de aire
mete sus patas en el bebedero de los gatos y después su cuerpo
parece confiado ahí,
se baña.
Escribo mientras escucho batir sus alas
los gatos cascabelean los dientes,
bajan con rapidez de los techos
ya es tarde,
el pájaro vuela
igual se acercan a la fuente
la huelen y beben desesperados
con una sed infinita,
de un agua que pesa distinta, con un sabor que esconde eso que antecede la piel.
Todo está quieto,
no hay pájaros ni gatos
solo una tierra que parece más fértil que antes
más negra, más fresca
y húmeda.
Hoy dijeron que será una niña
la extensión de mí es un bostezo enorme que me paraliza
como me paraliza el agua
cuando es inmensa.

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